dijous, 30 de març del 2017

2. Manuel Montes, serveis immobiliaris

Manuel Montes, serveis immobiliaris

El pis estava a uns 150 metres d'on viuen els meus pares, per això vaig convidar la meva mare a visitar-lo, per això i perquè ella, tot i apropar-se als 80 anys encara hi toca molt, i abans de prendre una decisió important, com ara comprar un pis, tinc en compte la seva opinió. El Manuel, un home d'uns 50 anys i amb grans habilitats comunicatives, no exemptes de formes amanerades, era qui ens el mostrava. Ben aviat tots dos van establir complicitats, parlant i fent broma tota l’estona. Tot i que jo era el potencial comprador vaig esdevenir transparent, i, com un nen petit silenciós i bondadós, em desplaçava pels racons del pis una vegada una altra, abstret entre càlculs racionals i vagues intuïcions de caràcter emocional.

Era un àtic en un sisè d'una casa deteriorada dels anys 70. El pis estava ben bé com si no s'hi hagués fet cap reforma des d'aleshores, encara hi havia parets empaperades, el lavabo ho tenia tot de ceràmica antiga, la pica i el taulell de la cuina era de marbre blanc, els cables elèctrics eren de corda i les finestres i persianes eren, és clar, de fusta deteriorada. Des del menjador i el dormitori principal es gaudia de ben a prop del bosc del turó de la Seu Vella, i des de les altres dues habitacions hi havia una folgada panoràmica sobre l'escola on vaig estudiar quan era petit.

La meva mare anava sumant; 3.000 euros pel parquet, 2.000 per pintar, quatre o cinc per la instal·lació elèctrica, 6 o 7 per finestres. La cuina, i el lavabo nou. Aquí s'hi haurà de deixar ben bé 30.000 euros, si hi sumem el que ens demanes surt més car que qualsevol pis en una escala com aquesta, no seria una bona inversió, Manuel, això ens ho has de vendre ben bé per meitat. I ell: "té tota la raó senyora, però primer de tot, em permet tutejar-la?".

Una bona estona després, mentre estava recolzat en un dels balcons, ignorant les advertències de la meva mare, que deia que la barana estava rovellada, que es movia i que podia caure en qualsevol moment, es va apropar el Manuel i, recolzant també un colze i amb el seu cos dirigint-se cap a mi, em va dir: "quines vistes, això és el millor que té".

-Veus el pati d'aquella casa? -li vaig assenyalar, obligant-lo a tombar-se-, allà hi vaig viure fins als dos anys. I mira, cap a l'altre costat, vora el campanar de Sant Martí és on estic vivint ara, des d'aquí es veu el meu balcó amb la roba estesa. I això no és tot, segueix-me.

Vam caminar fins a l'habitació del fons, ell em seguia per l'estret passadís en silenci. El vaig fer apropar a una finestra que no vaig obrir. -Mira, en aquesta escola hi vaig estudiar, i veus aquest edifici?, a Prat de la Riba, allà és on viu la meva mare, jo també hi vaig viure fins als 18-. I ell, en Manuel Montes, cap de l'empresa immobiliària que duu el seu nom, que es va emancipar de Finques Farré en temps de crisi i va aconseguir sobreviure a l'hecatombe del sector i va tirar endavant gràcies a unes capacitats per vendre pisos fora de l'estadística imperant. El Manuel, capaç de conduir qualsevol conversa per agradables transports líquids, d'arrencar el millor que tenim cadascú de nosaltres per posar-ho a la palestra i així fer-nos sentir que nosaltres som el centre de tot, que nosaltres decidim les coses, que ell només ens acompanya gaudint de la seva professió que consisteix en destapar el futur que ens pertany, com qui treu la tela que cobreix una bola brillant que és el destí que ens espera, que ens mereixem, que ell ens mostra generosament, gràcies Manuel! En Manuel, després d'escoltar els vincles d'aquells carrers amb la meva vida passada, farcits de records i emocions que no apareixen en cap manual de conversa d'agent immobiliari, en Manuel, per primer cop, no va tenir cap resposta. O sí, potser sí, alguna cosa devia dir, però no el vaig escoltar, vet aquí el meu triomf.

2. Sin título

Hoy he hecho una lista de cosas “importantes pendientes” y no me refiero a hacer la colada, comprar tomates y comida para Rita, esas cosas estarían en una lista de tareas. Tampoco me refiero a que quiero reformar la cocina y la habitación de Guille, no (aunque también hago ese tipo de listas, son las de proyectos caseros) me refiero a cosas más importantes, inmateriales. Son las listas que nunca más reviso y que se pierden por ahí. Si encontrara todas esas listas y las juntara podría construir un muro. Pero no quiero construir un muro.
Estoy tumbada en el sofá viendo una película. Me he tumbado después de recoger la mesa con los chicos, cuando hemos acabado de cenar. La peli la he pillado empezada y aun no entiendo de qué va, porque hace un momento había una escena en blanco y negro de un castillo medieval y ahora la escena es en color y se ve a  un tipo duro que va con una chica en un coche destartalado por un desierto, que aunque solo tiene arena también se ve destartalado.
Hace horas que he escrito esa lista y ahora me vuelve a la cabeza. No recuerdo lo que he apuntado. Tampoco recuerdo en qué libreta la he escrito o si lo he hecho en un papel. A lo mejor la he metido en una botella de cristal y la he tirado al rio (no, eso no, de eso me acordaría), Creo que esto último lo he escrito en alguna de mis listas de caprichos, ¡en fin!...vete tú a saber. Me levanto del sofá para buscar la lista en el estudio. Enciendo la luz y encima del escritorio están la mochila de Guillermo que ya está preparada para mañana, un amasijo de calcetines limpios que gritan buscando a sus parejas, las sudaderas de Guille impacientes porque el medio de  transporte hacia el armario no llega. También están mis pendientes, el estuche de Guille destripado, un montoncito de virutas de uno de sus lápices, un vaso con restos de té y el juguete favorito de Rita. El escritorio es grande pero no queda espacio para mi lista. No, ahí no está. No me esfuerzo mucho en comprobarlo, no quiero darles falsas esperanzas a las sudaderas. Levanto la mirada hacia la estantería que, sobrecargada, me sonríe irónicamente - Cualquier día se parte de risa y nos rompe la crisma - Reviso la sección de proyectos, ideas y diseños. Es la sección más alta y apenas llego. La reviso por encima con un suave barrido de dedos. Huele a polvo. No la encuentro.
Me siento delante del ordenador y toco el ratón, la luz de la pantalla me da la bienvenida y entro en internet. Tecleo “pisos.com”. Oigo los ronquidos de Guillermo y sin hacer caso a lo que me muestra la pantalla pienso en la cena. Guille ha explicado un contratiempo que ha tenido en el instituto, resulta que este trimestre le van a suspender educación física. Lo ha dicho con ojos llorosos. Nos ha explicado una situación absurda de un trabajo en equipo y que no se han presentado un par de componentes del grupo que tenían el dossier y que por eso le han puesto solo un tres de nota. En ese momento, en el del tres, una lágrima se le ha escapado y ha ido a parar a la cuchara y se ha mezclado con la sopa que se ha tragado. Con una lágrima amarga camino de su estómago Guille, no ha podido explicarnos mucho más. Si Guillermo le preguntaba algo, él respondía airado y si yo le decía no te preocupes, él respondía airado - ¡Qué airada y sentida es la adolescencia! - Apago el ordenador y vuelvo al sofá (resulta que el chico y la chica están haciendo el amor en una habitación desordenada, de un hotel desastrado, de una ciudad destruida por algún motivo apocalíptico) Apago la tele, no tengo ganas de ver amor enlatado.
Antes de acostarme voy a la cocina a beber un vaso de agua. Enciendo la luz y mientras el fluorescente duda, descubro los cacharros de la cena que me esperan apilados, los vasos con los vasos, los platos con los platos, los cubiertos dentro del cazo del puré, sumergidos en una mezcla viscosa y verde que, hace tiempo ya que no me importa tocar sin guantes. Con ojos suplicantes les pido un respiro, después de siete horas de trabajo en la oficina, de hacer las camas, el baño, ir con Guille al dentista, lidiar con el menú de mañana y hacer la cena y un montón de cosas más que no recuerdo, me lo merezco, pero no me lo dan – ¡Qué crueles! - Me pongo el delantal y cierro la puerta de la cocina, no quiero despertar a nadie. La verdad es que me había olvidado de los platos. También me he olvidado de llamar a mamá, hoy iba al médico. Me llevo la mano al pecho, me duele.
Abro el grifo y compruebo el agua mientras saco los cubiertos del cazo y lo apilo todo encima de los platos – igual la lista está en el bolso- no, no, a lo mejor la he escrito en el trabajo y allí se ha quedado, encima de la mesa - ¡Vaya por Dios! -. Pongo lavavajillas en el agua y una dosis extra en el estropajo y empiezo a frotar los vasos. Me imagino a la señora de la limpieza leyendo mi lista - ¡si al menos me acordara de lo que he puesto!   Enjuago los vasos y bebo agua. Los voy colocando en el escurridor, los que tienen dibujos delante y los lisos detrás. A veces me canso de ese orden y los coloco en zigzag, uno con dibujo, uno sin, uno con dibujo... Los platos planos detrás y los hondos delante, los cazos, cazuelas y sartenes en el otro fregadero. Paso la bayeta por la encimera y los fogones, la lavo, la escurro y la dejo doblada en el rincón izquierdo del fregadero, al lado del escurridor de los cuchillos y tenedores (nunca al lado del de las cucharillas y cucharas), cuelgo el delantal detrás de la puerta y apago la luz.

Voy a tientas por el pasillo y choco con Rita que se ha levantado y ha venido a buscarme. Noto los golpecitos de su cola en mi pierna y me agacho para tocarle el lomo, pero le toco una oreja. Guille murmura algo entre sueños y Rita decide irse a dormir con él. Luego, cuando Guille empiece a gritar  y a moverse vendrá a mis pies o a los de Guillermo. A veces tenemos que echarla porque no podemos movernos. A Guillermo le hace caso a la primera. Continúo a tientas con las manos un poco levantadas hacia delante y llego a la habitación. Camino despacito y toco la cama con la pierna derecha y la bordeo rozándola con la rodilla hasta que llego a mi lado de la cama y me siento con mucho cuidado. Al sacarme los pantalones noto algo en el bolsillo y lo cojo. Es un papel arrugado. Estiro el brazo y topo con la mesilla, dejo el papel encima. Me pongo la camiseta del pijama pero no los pantalones, - no sé ni porque los saco del armario -. Me meto en la cama – ojalá Guille se levante animado y pase un buen día, a lo mejor tenemos que ir a hablar con su tutora para entender qué ha pasado hoy en el instituto. No, mejor no, mejor volvemos a hablar los tres cuando esté más calmado – levanto la oreja de la almohada para arreglarla, - De todas maneras no sé qué piensa la profesora de educación física, pero desde luego yo no veo como puede motivar a trabajar en equipo, si suspende a unos porque otros no se presentan. Creo que en mí produciría el efecto contrario, sí, creo que sí, a ver Guille que piensa, mañana se lo pregunto - Enciendo un momento la luz para comprobar el despertador. Veo el papel en la mesilla y lo cojo sacando el brazo con cuidado por debajo de las sábanas. Desarrugo el papel con sigilo. Es un tique de autobús. Arrugo el papel y lo vuelvo a dejar donde estaba. Guillermo se despierta un poco – Mmmm, ¿qué pasa? -,  - nada nada, vuelve a dormir - le susurro mientras me giro un poco y le tapo con las sábanas. Me responde algo que no entiendo. Levanto la pestaña del despertador y apago la luz.

2. Sin título

Dice mi nombre, que conocía a mi padre y que yo he matado al suyo, saca un volante enorme de un bolsillo, oímos el despertador, miramos hacia arriba y todo se desvanece.
Cojo el despertador y lo meto debajo de la almohada. Toco a Cristina, está helada, un escalofrío me recorre el pecho, la tapo. En el  aseo me encuentro a Jan haciendo pipí y me pregunta que adónde voy, le contesto que a una ciudad dónde tienes que dar besos a todas las personas que te encuentras por la calle, que cuando quiera iremos juntos. Dice que ni de broma, le acompaño a la cama. Enciendo el móvil, llega algún mensaje. Pongo la cara debajo del grifo, pinchazo en la espalda. Me lavo los dientes, y preparo dos bocadillos, uno más pequeño. Me visto con lo primero que encuentro. Maeva me pregunta la hora y le digo que intente pasárselo bien, que nos vemos por la tarde. Cojo dos libros, los bocadillos y salgo de casa. Me he dejado algo, el móvil, vuelvo a subir.
Llego tarde, no me cambio, solo la chaqueta, realizo la parafernalia de cada día y arranco el camión.
Escucho una grabación del sermón de la montaña, narrada con voz de teleserie mexicana, pero al momento la carretera me absorbe y me olvido del sermón, de la voz mexicana y de mí.
Me molestan mucho los calzoncillos que me he puesto, tanto que tengo que parar. Resulta que me he puesto unas bragas, el tacto es agradable pero son muy incomodas, pienso que si el sábado voy al mercado preguntaré si existen calzoncillos con esta tela, o bragas con esta tela y con forma de calzoncillos. Me las quito, las doblo y las guardo en el bolsillo de la chaqueta.
Se está haciendo de día, empieza a haber más tráfico, paro a repostar y mientras, me tomo un café, sin azúcar. Al salir pido un cigarro y fuego, me lo da un chico muy joven. Me lo fumo a su lado, aspiro con fuerza, saco el humo por la nariz, el tipo se va, lo apuro hasta la boquilla.
Recuerdo que una vez me dije que no pararía más en esta gasolinera, no hay surtidor para camiones y se tarda demasiado en llenar el depósito. Tengo frío, conecto la calefacción. El sermón de la montaña ha acabado y no he entendido nada, apago la radio, escucho el motor.
Un gorrión me esquiva en el último momento, llego a una ciudad. Tengo calor y apago la calefacción. Saludo a la gente con la que me cruzo, a unas con la mano y a otras con la cabeza, la mayoría me devuelven el saludo.
Un matadero, mi destino. Aparco y antes de entrar paso a ver al árbol al que le di el golpe. Tiene mejor color, se lo digo. También le digo que deseo que viva muchos años y que pueda sentir como desaparece el maldito matadero. Que ya volveré a verlo la semana que viene, me voy.
Voy a pedir un cigarro a la gente que está fumando ahí al lado, en el parking del matadero, me dirijo hacia ellas, las saludo, pero no quiero fumar, las vuelvo a saludar y subo al camión.
El hombre que me ha de rellenar los papeles está enfadado, me dice que llego tarde, que la próxima vez tendré que esperar a que acaben de comer. Me agarra los papeles de la mano y se va, refunfuñando algo acerca de los camioneros.
Desparafernalizo lo parafernalizado y espero. Miro el móvil, en Facebook encuentro un enlace para descargar una guía de ecodefensa para sabotear, la descargo, está en inglés, entiendo una palabra de cada tres, hay ilustraciones muy ilustrativas. Los primeros desperdicios caen en el camión. Ojeo uno de los libros que he cogido de casa. Mientras agonizo, William Faulkner. Lleva una dedicatoria muy emotiva de un Jorge a una Mónica, también lleva un marca páginas en la página 88, pienso que a Mónica no le interesó lo que decía Faulkner en Mientras agonizo, o que Jorge nunca le llegó a dar el libro, no sé. Salgo a mirar cómo va la carga, hoy va rápido, mejor. Intento dormir un rato, me duele la espalda, busco algún antiinflamatorio por el camión, sé que no hay, dije que no tomaría más, pero por si acaso. Salgo a dar una vuelta, miro al otro lado de la valla.
Han acabado, pongo los toldos y arranco, voy a buscar los papeles, me los trae otro tipo, le doy las gracias y me voy.
Aparco el camión en el parking del McDonald’s, a modo de pequeño guiño pedagógico, para que disfruten de todo el proceso. Cojo los bocadillos y los libros y voy a la entrada del Carrefour, hoy es martes y como con mi amigo. Está en la puerta, me siento a su lado y dejo el bocadillo pequeño y los dos libros encima de sus cosas. Me empiezo a comer el mío y le digo que ayer me llamaron de otro trabajo de mierda, que mañana iré a una entrevista. El me ofrece su tetra brik de vino blanco, le digo que no, que esta semana he decidido no beber alcohol. Me pide un cigarro y le digo que también he decidido no fumar, también le digo que creo que el árbol al que le di el golpe con el camión vivirá, me dice que ya lo sabía. Me voy.
Arranco el camión y busco algo de música, encuentro a Nina Simone, pongo el volumen al máximo y acompaño en los coros a Nina, a grito pelado.
Más carretera. Paso por delante de mi vertedero favorito y la puerta está abierta, entro. Encuentro unas revistas del año 1978, pero están mojadas y no las puedo disfrutar. Continúo buscando y encuentro unos visores de esos de recuerdo, uno con forma de televisor, recuerdo de Marbella y el otro con forma de botijo, recuerdo de Mallorca, no busco más es tarde. Al subir al camión veo que la rueda está muy gastada, no sé cómo no me había fijado antes.
Continúo con Nina Simone. Tomo una curva demasiado rápido y las cajas se mueven mucho, me asusto, tendré que comprobar los anclajes, al poner los toldos no me he fijado si había mucho líquido, que fallo. Veo a lo lejos una casa muy grande abandonada, no recuerdo haberla visto antes, mañana si tengo tiempo iré.
Cuando me doy cuenta ya se manifiesta el síntoma de la misteriosa erección de las 16:30, hoy acrecentada por la ausencia de calzoncillos. Durante una temporada estuve elaborando teorías sobre tan puntual y caprichosa erección, pero las desestimé todas.
Llego a la planta, le digo a la compañera de la báscula que se me ha hecho tarde, que ya vendré mañana antes para descargar, se ríe y me dice que este viernes hay un concierto, que si voy a ir, le respondo que no creo, que hace mucho tiempo que no voy a ningún concierto y pienso que vaya mierda de respuesta. Le pido que me haga los papeles cómo si hubiera descargado, me los hace, le doy las gracias y me despido, que si no nos vemos, se lo pase muy bien en el concierto.
Dejo el camión medio escondido y voy a cambiarme la chaqueta, no me da tiempo a ducharme. En las duchas hay dos compañeros, me dicen que si voy a tomar unas cervezas con ellos, les digo que no, que tengo prisa, que hasta mañana.
Llego a la escuela tres minutos antes de que salgan Maeva y Jan, cuando salen me abrazan y me exigen comida. Les digo que no he pasado por casa, que ahora compraremos alguna cosa para comer y que les he traído unos recuerdos, les gustan, que ya pensaremos que hacemos con ellos. Jan me pregunta si he tenido que dar muchos besos, le respondo que ya no dan besos, que los han prohibido, pero que he estado con una anciana muy anciana, la anciana más anciana que yo he visto nunca y que me ha explicado una historia que pasó aquí hace mucho tiempo, tanto tiempo que no existía ni el tiempo. Me piden que les explique la historia. Les cuento que la anciana me ha dicho que una vez un papá en vez de ayudar a sus hijas, porque según él iban muy sucias, las castigó y que las hijas se pusieron tan tristes que se volvieron invisibles y que desde entonces hay gente invisible viviendo a nuestro lado, que la anciana me ha dicho que en Baláfia hay una puerta secreta, para poder conocer a las invisibles. Decidimos que las queremos conocer y la buscamos de camino a casa, debajo de los coches, en farolas, entramos en una tienda y en un portal. Cuando nos cansamos de buscar nos vamos a casa.
Cristina ha dejado la cena medio hecha, que bien. Nos duchamos, hoy jugamos a que yo soy un zombi y nos perseguimos por casa, cenamos, recogemos y leemos un rato. Maeva me explica y recomienda el libro que se está leyendo, con Jan teatralizamos dos páginas de Los Argonautas, nos acostamos.
Mi intención es permanecer despierto para poder estar un rato con Cristina.


2. Mi arranque de mañana

Lo más habitual es que me despierte con sueño y que, mientras pesco a tientas las zapatillas con los dedos de los pies, me diga a mí misma algún reproche  -no muy duro, más bien con tono benevolente y comprensivo- por no haberme acostado antes la noche anterior. Cada mañana me prometo que la próxima noche me iré a la cama un poquito antes. El sueño me pesa en la cabeza y en los párpados, pero la historia, el personaje o alguna cita que leí la noche anterior me disipan la modorra: «¡que me quiten lo bailao!».
            Desayuno sentada, con un salva mantel verde, mi café con leche y, según el día, unas galletas, una madalena, cereales..., me gusta variar.  Tengo encendida la tele. Entre bocado y bocado voy mirando las noticias. Algunas me las tomo en serio, otras no tanto y otras me dan risa. Cazo alguna noticia del Barça o de algún famoso para meterla en algún ejercicio de clase. Voy recogiendo la taza y el plato sucio, los paso por el agua y los meto en el lavavajillas. Les dejo preparado el desayuno a mis padres, a cada uno le pongo su pastillita: a mi madre para la tensión y a mi padre para el reúma, que ya se le está pasando, quizás más adelante ya no la necesite. Este detalle de ponerles la mesa empezó como una sorpresita de un día y ahora me gusta dejárselo preparado si voy sin prisas. Me espero a ver el tiempo. A ver si ya entramos de verdad en la primavera. Soy muy friolera. Una vez tuve que dibujar en un folio aquello que más miedo me daba y yo, sin pensarlo, dibujé un termómetro a cero. En las días más  fríos de invierno se me congela la mitad del pie izquierdo. Espero que nunca se me hiele el corazón.
            Ya en el parquin sintonizo ¡Buenos días, Javi y Mar! y empiezo el día con voces conocidas y de buen humor. Otras veces escucho algún disco que se convierte en mi banda sonora durante unas semanas. Estos últimos días estoy con Laura Pausini. Me gustan sus letras vitalistas, su voz y su simpatía. Fue el primer disco que me compré, tenía 15 años. Después dejé de escucharla. Ahora, con la excusa del italiano, la he recuperado. Es como una vieja amistad del cole con quien te topas un día por la calle y te pones al día. ¿Cómo pudimos perdernos la pista con lo bien que nos lo pasábamos? Tengo el examen de la EOI dentro de dos meses, ya se me avecina, tengo que ponerme las pilas.
            Y a partir de del rugido del motor empieza el eslalon: toco el claxon cuando estoy en la rampa, porque hay muchos niños y no tan niños que van despistados o con prisa por la acera. A la altura del Santa Ana ya veo si el día es alegre o nublado. Cuando giro y me incorporo a Rambla d'Aragó, vigilo con los autobuseros locos, que se cambian de carril sin previo aviso, ocupan dos carriles a la vez y demás cabriolas... Yo creo que lo hacen pagados por el Ayuntamiento,  para mantenernos a los demás conductores en estado de alerta permanente y que no nos confiemos. Aunque también podría ser que, aquejados de un síndrome de hámster en una rueda (siempre repitiendo el mismo circuito), ya no se den ni cuenta de los demás. Después de estos sobresaltos llego a la altura del Pecaditos, entonces me fijo en una monjita vestida de hábito blanco que cada día, como la rateta que escombraba l'escaleta, barre enérgicamente la puerta de una residencia y también la acera. Hoy estaba arrojando a la carretera la suciedad. Por el azar del tráfico, me he detenido junto a ella. He estado a punto de bajar la ventanilla y darle los buenos días, pero mi coche es muy simple y no tengo a mano el mando de la ventanilla del copiloto. Además, si la hubiera saludado no habría sabido quién soy. Yo en cambio, me fijo en ella cada miércoles y jueves, que es cuando ella está barriendo a las 9. Lleva gafas, una cruz de plata y un pelo de nieve cubierto por la toca. Sus brazos parecen fuertes, de alambre. Lleva sandalias con calcetines, tanto en invierno como en primavera. Y los pies de los transeúntes no le estorban para limpiar su trocito de acera.
            Después entro en la rotonda de Ricard Viñes y bajo toda la avenida de Prat de la Riba. Los días con suerte está todo verde hasta Príncep de Viana. Carambola y carambola de verde. Otros alternan el rojo y el verde, a trompicones. Pero el semáforo de Príncep de Viana está siempre rojo. Ahí siempre hay que pararse. Es como una aduana.
            Cuando subo por encima de las vías del tren y se trata de un día despejado, veo a lo lejos el horizonte, el cielo es azul y me da el sol en la cara, me dan ganas de pasar de largo el instituto y marcharme de viaje, como en una road movie, pero siempre acabo torciendo en la última calle a mano derecha.

            Me divierte aparcar mi cochecito al lado de los cochazos, cuanto más grandes y voluminosos mejor. Ya con el freno de mano levantado, escucho a ver por dónde corto la canción. Me lo paso pipa dejando a la Pausini o a quien sea a media frase y así el verso cobra un nuevo sentido. Después salgo a fuera. Respiro hondo: el instituto está donde acaba la ciudad y empieza la carretera, el campo y el parque de la Mitjana. Me encanta paladear ese aire campestre de la mañana. En algunos arbolillos de la acera ya hay pajaritos piando. Los escucho sacudiéndose entre las hojas. Dentro del instituto -me digo con risa de la buena- me esperan unas cuantas horas con otro tipo de pajarillos, pajarracos y aleteos. De camino a la puerta veo al fondo la Seu Vella y me siento feliz de estar en mi ciudad después de haber estado algunos años fuera. Quién me iba a decir que el terraplén y el descampado que yo bordeaba en bicicleta con mi hermano, cuando éramos pequeños y bajábamos del Secano hacia Pardiñes, iban a ser, al cabo de los años, una guardería, un cole, un patio y un instituto. Y qué poco me podía imaginar, cuando pasaba pedaleando por allí, que con el paso de los veranos me convertiría no solo en una persona adulta, sino también en profesora, y, además, profesora de ese lugar.

1. Física nosequé

Me fascina ver mi ciudad desde aquí arriba. Sobre todo a esta hora, cuando la envuelve el ocaso a ella y a sus putas gentes y yo viéndolo desde aquí. Anticipándome a sus patéticas rutinas y apostando con el ocaso.
-¿Estás segura que es seguro? ¿Hace falta que subamos arriba del todo? No me parece muy buena idea.
-No te preocupes, he venido otras veces. Será divertido, ya verás. Y justo a esta hora, ¡vas a flipar como se ve nuestra ciudad!
-No me da muy buen rollo, la verdad. Todo tan abandonado, estos edificios a medio construir. Luego para irnos será súper de noche.
-Venga va, un piso más y verás cómo vale la pena. Estaremos solas y quiero decirte algunas cosas.
-¡Espérame!
-Dame la mano y cuidado, en este último trozo no hay peldaños, cogeremos carrerilla para subir juntas.
-Me da muy mal rollo, de verdad, vámonos. Si quieres vamos a mi casa. A esta hora no hay nadie seguro.
-Cógeme fuerte, yo te estiro.
-No, no, no…
-Ves, ya estamos. Luego bajar será súper fácil.
-Nos hacemos una foto y nos vamos, porfa.
-Que sí, abre los ojos y mira. Hemos llegado en el momento justo gracias a ti.
-No doy un paso más, estoy cagada de miedo.
-¡Pero mira! Nos ponemos de rodillas y nos acercamos un poco al borde, solo un poco.
-Que no, joder, vámonos.
-Vale, pues nos sentamos aquí y miramos.
-Yo no me siento, vámonos, por favor.
-Vale, nos vamos. Pero déjame decirte una cosa aquí. Mírame porfa. Nos callamos e intenta escuchar.
-¡Escuchar el que, joder! ¡Solo puedo escuchar a mi corazón exigiéndome un respiro!
-Al aire, el aire cuando pasa entre los pisos, parecen llantos, ¿no lo oyes?
-No, no y millones de veces no. Me voy.
-¡Espera! Cuando no estoy contigo tengo una sensación como de sed súper bestia. No puedo pensar en nada que no seas tú. Nunca y nos imagino a las dos juntas aquí arriba, bailando, como si fuéramos las dos últimas personas vivas.
-¿Qué? ¿En serio? ¡Ahora mismo lo estoy pasando fatal! Yo también pienso que el sol y la luna tienen tu puta cara. Pero lo más seguro es que después de esto la asocie con barrancos oscuros, niebla espesa, muertes chungas o yo que se más, cógeme la mano y vámonos ya, joder.
-¿Qué hacéis aquí? ¿No habéis visto las vallas y las señales? Joder en que pensabais. Es muy peligroso. No os mováis. Por favor.
-Las vallas están rotas, nosotras solo hemos pasado…  y no hemos visto ninguna señal señor agente, ¿por qué nos apunta con la pistola?
-Es por vuestra seguridad.
-¿Cómo os llamáis? ¿Cuántos años tenéis? No os mováis. ¿Lleváis documentación?
-Yo soy Rebeca y tengo 17 años y ella es…
-¡Que conteste ella!
-Yo soy Laura y tengo 16 años. Ha sido un error subir aquí señor agente. No llevo documentación, pero puedo llamar a casa.
-¡No os mováis! A ver, Rebeca ¿tu llevas documentación?
-Sí, sí.
-De acuerdo, sácala y lánzamela a los pies. Poco a poco, por favor.
-¿Puedo llamar a casa?
-Tranquila Laura, comprobaremos la documentación y podrás llamar a casa. Yo mismo os acompañaré abajo, dónde ya está mi compañero, es por vuestra seguridad.  Muy bien Rebeca, lánzala. Dejad los móviles en el suelo, a vuestros pies. De acuerdo, ahora giraos las dos y poned las manos en la cabeza. Qué bonita vista de la ciudad, eh. Buenas chicas.
El agente coge carrerilla y le da una patada en mitad de la espalda a Laura, que se precipita al vacío.
Coge a Rebeca por el cuello y la lanza también al vacío.

Me fascina ver mi ciudad desde aquí arriba. Sobre todo a esta hora, cuando la envuelve el ocaso a ella y a sus putas gentes y yo viéndolo desde aquí. Anticipándome a sus patéticas rutinas y apostando con el ocaso.

1. Hospitalidad

La habitación no es muy grande, pero tampoco resulta pequeña. Quizás la alfombra de estampado floral, de tonos verdes y granates, ensancha el espacio, ya que cubre casi todo el suelo. Las losas grises a las que no alcanza la alfombra hacen de marco a la habitación, como si fuera una isla de tierra en medio de un océano plateado de bruma.  Enfrente de la puerta, lo primero que se ve al entrar, es una litera de metal, como las de una vieja casa de campamentos. A mano izquierda, haciendo guardia en la pared, se alza un solemne, noble y silencioso armario. Impone su madera de nogal, su aspecto firme y recio y la historia de sus años. A mano derecha unas cortinas ocres cubren una ventana. 
            -Es la habitación con mejores vistas -comenta Luisa. Se apresura hacia la ventana y descorre la cortina- ¡Tachán! ¡Vistas a la sierra! -se pone a un lado y señala la ventana como una azafata.
            -¡Qué bonito! -exclama María. Se abalanza hacia el marco de la ventana, repintado de color chocolate brillante- ¡Mira, Juan! -le alarga el brazo y le invita a que se acerque. Le hace un hueco junto a la ventana.
            -¡Y al gallinero! -dice Juan asomándose un segundo y regresando al interior de la habitación- ¿No hay persiana?
            -No -contesta Luisa, y añade con una sonrisa-: Así entra mejor la luz. ¡La luz es vida!­
            -¡Y aquí seguro que es maravillosa! -comenta María, dándose la vuelta y descansando los dos brazos en el alféizar-. Desde la ventana de nuestra habitación de Madrid solo vemos el patio interior: la lavadora, la escoba, el tendedero...
            -Pues, prima, disfruta esta semana de las vistas-le dice Luisa, siempre sonriente-. Además-continúa con tono de sorpresa-, como da al este, ¡el Sol inundará la habitación!
            -¡Buf, he olvidado mi antifaz!- exclama Juan llevándose las dos manos a la frente.
            -¿A qué hora amanece? -pregunta María con ojos ilusionados y las manos juntas en el pecho.
            -Lo sabréis por el canto del gallo-contesta Luisa con el mismo brillo en los ojos.
            -¡Qué gozada! -se alegra María- ¡En Madrid sólo se oyen coches, obras y ambulancias! -se gira hacia Juan, mirándole excitada.
            -Yo no creo que oiga al gallo -tuerce una sonrisa fugaz y después, en milésimas de segundo, su boca regresa a una cara adusta.
            -Es que él duerme con los tapones -le aclara María a Luisa.
            -Es que María pone la lavadora de noche­ -se excusa Juan.
            -Porque la luz es más barata a esa hora- dice María a Luisa, buscando su aprobación.
            -Y el centrifugado se oye más a esa hora también- añade Juan con una expresión neutra y mirando al techo.
            -¡Qué exagerado eres! Si a las once ya ha acabado! -le replica María. Después mira a su prima y le dice: - Es que le gusta leer en la cama.
            -Pues si eliges la litera de arriba,­ -le comenta Luisa, muy animada, a Juan- aquí tienes una lámpara para leer. Voilà! -enciende una lámpara de flexo que está colgada en la pared, por encima del cabezal de la litera. La enfoca hacia ellos a la vez que se oye el crujido del brazo metálico al girarlo y moverlo.
            -¡Uy, lo que le has enseñado! -dice María, con la ilusión recobrada -¡Se quedará leyendo hasta las tantas! Y a la mañana siguiente no habrá quien lo despierte -María le da un beso en la mejilla a su novio.
            -El gallo y las gallinas me darán los buenos días- dice Juan con una sonrisa mustia.
            -¡Ah, pues sí! -comenta Luisa- Coqui, el gallo, lo canta todo: los cuartos, las medias, las en punto..., todo. Es joven y vigoroso. También oiréis el jolgorio de las gallinas. Las tiene loquitas ya de buena mañana. ¡Les da una caña! Me lo han comentado los amigos que han dormido aquí. Se contagiaron del brío matutino del gallinero - Luisa lanza una mirada picante a su prima y las dos estallan en risas durante un buen rato. Las dos, con las manos debajo de las axilas y los codos hacia fuera, se pone a imitar el revoloteo de las gallinas, dando brincos en redondo por la habitación. Gritan, cacarean, sacuden el cuello... Al final se sientan en la cama baja de la litera, medio mareadas, despeinadas y con la respiración agitada.
            -¿Lo oyes, Juan? ¡La marcha de las gallinas con el gallo! -le dice María, secándose las lágrimas de la risa.
            -Lo oigo. -dice Juan mientras coge con el índice y el pulgar una punta de la manta de la litera, como quien coge un pañal cagado.
            -Os he puesto esta mantita. -Luisa, ya de pie, planta la palma de la mano, bien abierta, sobre la manta de la litera de arriba- Abriga lo suyo. Seguro que con esto tenéis suficiente. Si tuvierais frío, hay tres o cuatro mantas más en el altillo del armario.
            -Mmmm, huelen a montaña- dice Luisa, tumbada en la litera de abajo y con la nariz sumida en la manta.
            -Huelen a humedad-sentencia Juan.
            -Sí, a tierra empapada de lluvia. -dice Luisa aspirando el aire de la habitación, con los ojos cerrados- Mmmm, ¡qué recuerdos de infancia!
            -¡De cuando íbamos a por leña!- exclama María.
            -Y se nos cruzaba una liebre- recuerda Luisa.
            -¿Hay liebres?­-pregunta sobresaltado Juan.
            -¡Y conejos! -asegura María.
            -¡Y jabalíes!­ -añade Luisa.
            -¿Jabalíes?­ -le pregunta alegre María.
            -A lo mejor, con algo de suerte, mañana vemos alguno. -dice Luisa- El vecino se cruzó con una familia de jabalíes la otra noche­.
            -¿Salen de noche? -pregunta Juan.
            -Muchas veces- le contesta Luisa. -Por cierto, aquí tenéis un juego de toallas. -Les saca unas toallas del armario.
            -¡Ay, son las de la tía Jimena! -dice María.- Mira, Juan, llevan la J. Como tu inicial.
            -Qué bien... -dice Juan, sin mover una ceja.
            -Sí, pensé que os gustaría- comenta Luisa satisfecha.
            -¿Tu tía Jimena es la que tiene 80 años?­-pregunta Juan a María.
            -No, la mayor- le saca del error.
            -No me digas­-dice Juan- que estas toallas son de su ajuar, de cuando se casó.
            -¡Ojalá!­-dice María- Aquellas eran preciosas, pero se las quedó la prima Natalia.
            -Pero estas también tienen su historia. -interviene Luisa- Son las de las bodas de plata.
            -Fantástico...­-susurra Juan.
            -¡Ay! ¡Qué bien vamos a estar! -suspira María embelesada.
            -Bueno, os dejo que os acomodéis. -dice Luisa- En el armario hay perchas. Pero si necesitarais más, me lo decís y os las subo, ¿eh?
            -No te molestes -la corta Juan.
            -Yo me voy a descalzar, que estoy cansada de tanto coche -se queja María.
            Juan mira los pies de Luisa, que ya están descalzos encima de la alfombra. Mira los pies, mira la alfombra y finalmente mira la manta.
            -Bueno, -se despide Luisa desde la puerta -os esperamos abajo para la cena. Prontito: a las ocho. ¡De primero un buen plato de cardo con jamoncito frito! Y de segundo... ¡lengua de toro estofadita!
            -¡Ay, cuánto te quiero! Estás en todo -María patalea rebosante de felicidad. Juan se fija en sus pies. Los ve a cámara lenta, ve cómo repiquetean en la alfombra una y otra vez. Le viene a la mente un documental sobre el pisado la uva. 
            -Sabía que te encantaría- Luisa le guiña el ojo.
            -Hace miles de años que no como eso, prima.
            -¿Y tú, Juan? - le pregunta Luisa a su novio.
            -Nunca he tenido la osadía de probarlo- contesta sin levantar la cabeza.
            -Pues te va a sorprender -le dice María, tumbándose de nuevo en la cama.
            -No lo dudo -susurra Juan.
            -Bueno, parejita, os dejo- se despide Luisa. - ¡Hasta luego!
            -¡Hasta luego! -dice María, acomodándose en la litera baja, mientras rechinan los muelles.
            -¡Hala, adiós! -dice Juan­-.
            La puerta se cierra y les deja a los dos a solas.
            Juan se acerca a la ventana y contempla el gallinero.
            Luisa se pone de pie con agilidad. Abre la maleta, se pone a canturrear mientras va colgando alegremente la ropa en el armario: un pantalón, tres camisetas, otro pantalón, un chubasquero... Cuando ya lo ha ordenado todo, cierra la maleta, hueca como un coco sin agua, y la deja en un rincón de la habitación. Sonríe, satisfecha. Ya lo tiene todo en su sitio. Todo bien colgado para que no se arrugue nada. Al girarse, ve a Juan de pie, de espaldas a ella, mirando por la ventana. ¡Qué bonita la sierra enmarcada por la ventana! ¡Qué hermosura! ¡Y el olor a la naturaleza, a tierra, a campo! ¡Y ese talle masculino de su novio! Esa silueta de espaldas anchas, aunque ahora algo encorvadas... Juan debe de estar algo cansado... Es que han sido muchas horas al volante, las de su novio. Y ante un paisaje como ese se ha quedado traspuesto, seguro. Ya se lo dijo ella, ¡te va a encantar! ¡Ay! ¿Lo ves, alma de cántaro? ¡Si es que tienes que hacerme más caso! ¿Valía o no valía la pena saltarnos los días de barbacoa con tus amigotes? ¡Si es que no tiene ni punto de comparación! Ahora mismo yo estaría aburridísima de la vida. Tú y tus amigos jugando al fútbol o hablando de trabajo... Y yo, mientras, mirando el móvil. Vale, sí, que eso es porque yo quiero, que no me sé relacionar... Pero te lo he dicho mil veces, amor. Las parejas de tus amigos son todas unas tontas y unas estiradas... Pero bueno, la cuestión es que estamos aquí y no allí. Seguro que estás boquiabierto contemplando el paisaje. ¡Si no te has movido de la ventana en todo el rato! ¡Ni si quiera has abierto la maleta! No me extraña. ¿Vaya vistas, eh? Y no me lo vas a querer reconocer. Pero da igual, te conozco bien. Estos silencios tuyos valen más que mil palabras. Qué contenta me puse cuando al final preferiste visitar la aldea de mis abuelos maternos. La verdad es que te exageré lo del estado de salud de mi abuela... Una mentirijilla piadosa... Bueno, tampoco hace falta que te la desmienta ahora. O sí, no sea que en la cena metas la pata. Pero primero voy a abrazarte. Estás tan guapo así... ¡Para el próximo puente te propondré ir a ver la otra aldea, la de mis abuelos paternos! ¡Ay, Juan, cuánto te quiero!
            María se acerca, lo abraza por detrás.
            -Cariño -irrumpe a hablar María-, ¡qué vistas! Cuando volvamos a Madrid tenemos que buscar otro piso, con mejores vistas. Ya sé que en Madrid es difícil, pero yo qué sé... Un parque o un árbol de la calle. Yo me conformo con un arbolillo...

            Juan permanece inmóvil. Nota ligeramente el abrazo como si fuera un perchero al que le han colgado un tabardo de paño pesado. No mueve un músculo. Está rendido, no le queda energía. Tan solo es capaz de mover, como mucho, el pensamiento, y eso sólo a marcha lentísima. Musita para sus adentros muy poco a poco: "¡Siete días! ¡Siete días... para volver a Madrid!".